Especial de la revista Rolling Stone (Argentina) - "Adelanto: los shows que vienen"


La revista Rolling Stone (Argentina) del mes de octubre (edición número 151) viene acompañada de un especial dedicado a los shows internacionales que se aproximan en Argentina.

A continuación, la transcripción del fragmento que habla sobre Green Day:


El sábado 4 de septiembre pasado, en el Shoreline Amphitheatre de Mountain View, en la Bahía de San Francisco, un Cristo suburbano lloraba lágrimas de leds para una multitud encantada. No era un suburbio tipo La Matanza. Este Jesús no era de Laferrere, sino de Berkeley, o de cualquier otro distrito próspero del norte de California. A Green Day, como a tantas bandas de barrio del planeta, le gusta reescribir las fábulas religiosas desde una perspectiva contemporánea y local. Y en esta noche de luna plateada en Silicon Valley, a pocos metros del Googleplex donde los jardines huelen a flores hidropónicas y a dólares frescos, y donde los GPS te llevan a upa por los bulevares de los sueños intactos, flanqueados por sucursales limpias de Jack in the Box y comedores que le cambian seguido el aceite a la freidora de pollo, una estrella de rock llamada Billie Joe Armstrong pide a un chico sabroso, tierno y virgen para ofrecerlo en sacrificio.


La gente delira. En el auditorio se mezclan pibitos fanatizados, motoqueras tatuadas en viaje nostálgico, rancheros que beben cerveza o cócteles frutados en probetas de plástico, parejas maduras que encuentran en Green Day un folclore californiano clásico y vigente, un reflejo juvenil que no los deja afuera. Es la última fecha (¡y de local!) de la gira norteamericana de 21st Century Breakdown, el segundo disco conceptual de la banda (después de American Idiot), la confirmación de que Green Day quiere dialogar en grande con la ápoca, sacarle la foto a su país, pronunciarse sobre la guerra y la Historia, y todo sin perder el humor y la noción del espectáculo multitarget.


Porque Green Day le compite mano a mano a los High School Musical, a los productos de Disney hechos para roqueros imberbes. Podríamos decir que es el modelo al que las bandas de casting aspiran, versiones best buy de un grupo que, de hecho, surgió como una versión juguetona de sus héroes (Social Distortion, Hüsker Dü, Fugáis, nombres que se amontonan en un collage de flyers que proyecta la pantalla a modo de homenaje a sus raíces). Y a la vez es una banda que activa en la liga de la justicia de U2: artistas con trayectoria, ambición y amplia llegada que tiran mensajes políticos como quien reparte caramelos.


Pero lo de Green Day tiene, aún hoy, un candor y una energía juvenil que conmueven. Cualquier chico que crece en estas tierras regadas con el agua bendita de la revolución digital, cualquier niño con ganas de abrazarse a la vieja causa del punk, o al menos de ponerse una camiseta de AFI comprada con tarjeta de crédito paterna en las carpas del anfiteatro, sabe que lo que consume es el caldo tibio de una rabia pretérita y ajena. ¡Y qué rico sabe, little boy! Qué bien lucen y suenan los Green Day cuando salen a romper todo después de ese pequeño himno posapocalíptico emitido con la fritura de una radio a transistores que es “Song of the Century”, la melancólica intro del álbum. Y después, “21st Century Breakdown”, una marcha generacional con su propio “yo que nací con Videla” (empieza con la línea “Born into Nixon”) y con un puente al estribillo que dice: “Mi generación es cero / nunca logré ser un héroe de la clase trabajadora”.

En un inesperado giro dramático de su acto, Armstrong, en lugar de capturar al virgen que estaba buscando, abduce a una señora vieja, la pone a bailar, la abraza.

Va a haber muchas de esas escenas: chiquitos que se suben a cantar, a poguear y a besarse con el líder. Una gordita carismática que vive sus cuatro minutos de gloria. Una adolescente negra con corte mohicano (de los pocos negros que hay entre los 20 mil espectadores) que hace stage-diving. El climax: decenas de pibes sobre el escenario, viviendo su desmadre de escuela de rock para después ser eyectados por un patovica (¡nenas de 14 años, bestias!).

Hay un lazo indestructible en la base de Green Day, un yin y yang difuso pero sustancial: el baterista, Tré Cool, es un payaso asesino lleno de oficio y swing, un Ringo Starr on speed que parece funcionar como la reserva moral del grupo, el garante de la diversión. El bajista, Mike Dirnt, maneja un silencioso coliderazgo, aunque por momentos parece tocar a reglamento. El comandante en jefe (“tenemos un régimen democrático con un líder electo”, le dijo Dirnt a ROLLING STONE) es sin duda Billie Joe, el gremlin bueno y malo al mismo tiempo, un punkie a punto de cumplir 40 con el físico y la energía de un chico de 16, un alfeñique que mueve las patitas cortas a través del escenario como si acabara de bajarse de un pony cabrero. Y después de cada momento bueno, se para en el retorno o algún montículo, alza los brazos, hace un gesto de loquito, una media sonrisa, y gira la cabeza como diciendo: “Epa, miren lo que nos salió”. Su megalomanía es una clave del show. De pronto le grita al público franciscano, con su graciosa voz impostada: “¡Soy el próximo gobernador de California!”.

Un guitarrista de sesión y un tecladista le aportan músculo. El concierto en el Shoreline fue desmesurado: más de 35 canciones, casi tres horas alentadas por la localía (Armstrong se jactaba de haberse quedado a vivir en la Bay Area, no como “todas esas estrellas de rock de mierda que se terminan mudando a Hollywood”), la atmósfera agridulce del fin del verano boreal (¡despiértennos cuando termine septiembre!) y el esplendor comercial de Green Day, que hasta tiene su propio musical en Broadway basado en American Idiot. Y hay mucho de comedia punk rock en esta gira de Breakdown, una puesta que combina simbología política con sobrecarga de petardos, covers de clásicos (fragmentos de “Rock `n´ Roll”, “Sweet Child O´ Mine”, “Baba O´ Riley”, “Highway to Hell”, “Satisfaction”, “Hey Jude”) y sketches grotescos al ritmo de villancicos o música de Benny Hill.

Es improbable que en Buenos Aires, en el marco de un festival, haya tiempo y lugar para tanto, pero, seguramente, entre el grueso de sus dos álbumes más recientes, sonarán clásicos como “Basket Case”, “When I Come Around” y “Good Riddance (Time of Your Life)”, puntos sensibles de un grupo que le dio un aura beatle y rockabillesca a su ADN hardcore.
Fueron contemporáneos de Nirvana y, de haber nacido en Seattle, probablemente habrían sido parte de la explosión grunge, porque también estaban enojados y habían tenido infancias difíciles, con padres heroinómanos o fallecidos antes de tiempo. Pero eran de California y tenían demasiadas ganas de salir de pobres. A lo que Green Day apostó, contrariamente a lo que predicaban sus adorados Sex Pistols, fue a unas increíbles vacaciones en el sol. Y ahora las están viviendo a lo grande.

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